Cuando las mujeres escapan del ojo crítico de un fotógrafo y se retratan a sí mismas son mucho más valientes y arriesgadas. Así lo ha demostrado Uwe Ommer al darles a ellas la cámara para ‘Do it yourself’, un libro que sobrepasa el atrevimiento y el erotismo cualquier ‘voyeur’.
Casi siempre le han sorprendido con sus soluciones. Aunque en cierta medida, Ommer admite que la actitud de algunas está demasiado condicionada por lo que uno espera: por los posados típicos, por maneras de enfrentarse a la cámara que los fotógrafos han ido imponiendo a lo largo de las décadas. Parecían presas de un ojo fantasma. «Es complicado que se deshagan de eso. Unas no sabían qué intentar, aunque la gran mayoría se olvidaban del poder de la cámara y se comportaban como les daba la gana, totalmente desinhibidas».
La mayoría de las veces, casi todas contaban con un aliado más que fiel: el espejo. El espejo y la cara medio tapada por la aparatosa indiscreción de las cámaras negras o plateadas, con el huidizo relumbrón que deja el fogonazo de un flash. «El espejo puede ser su mejor amigo y su peor enemigo, no conozco a ninguna mujer que esté al cien por cien a gusto con su aspecto», cuenta Ommer. Eso que él las ha retratado en todos los escenarios, de todos los colores, como en sus libros Asian ladies y Black ladies, que reunió en dos tomos.
Para Do it yourself ha recurrido al cosmopolitismo, al mestizaje, a la variedad de las pieles y las formas: «He querido reunir a un grupo de mujeres que son las que te puedes encontrar en las calles de una gran ciudad», comenta Ommer. No eran modelos profesionales, algunas empezaban en ese mundo, pero la mayoría se dedicaban a sus trabajos en oficinas, a sus profesiones liberales, muchas eran estudiantes, aspirantes a actrices, chicas muy normales. Con ellas ha conseguido un contrapunto interesante, un contraste rico y estimulante entre la apertura que le proporciona de por sí ese aire variado, moderno, contemporáneo, y la privacidad de los escenarios elegidos, casi todos muy íntimos.
Los baños son los reyes de la escenografía. El territorio más privado, el ámbito vedado, roto y conquistado esta vez y en el que la mayoría de estas mujeres nos invita a entrar. También los artilugios de los cuartos de baño suelen acompañarlas más que otras cosas: secadores, cremas, toallas, albornoces, peines, potingues de maquillaje, los mangos de las duchas. Algunas se han embadurnado en crema de afeitar, muy pocas han querido renunciar a su calzado: «Es muy difícil que una mujer se deshaga de sus zapatos», dice Ommer por experiencia. Es más fácil que prescindan del rímel y los coloretes, algo que el fotógrafo ha buscado: «Quería la máxima naturalidad, buscaba las caras limpias, solamente lavadas con agua y jabón», apunta el fotógrafo. Casi siempre las convencía para que renunciaran a la sofisticación. Algunas se le presentaban revestidas de prendas sencillas, pero tampoco se oponía a otras que le conquistaban embadurnadas con el trazo discreto de una acuarela negra o tamizadas por el reflejo de una persiana.
La coreografía le ha sorprendido a menudo. «Les gustaba bailar, pero más moverse en actitudes deportivas, enérgicas», relata el autor. Son mujeres muy libres, muy rompedoras. Ommer sabe más que nadie de dinámicas corpóreas, de miradas y de gestos. La gente, el ser humano, ha sido siempre su prioridad en el trabajo. «No me gusta fotografiar objetos, no me gustan las cosas sin vida». De ahí ha sacado siempre la inspiración. Tanto para sus frescos femeninos como para otros proyectos igual de ambiciosos.
Uno de los que más satisfecho está es 1.000 families, que le tuvo años por todo el mundo inmortalizando familias. «En cuatro años conseguí retratar a 1.251», cuenta Ommer, y de nuevo logró el panorama amplísimo y global de una institución que varía, se enriquece, abandona estructuras tradicionales y las reinventa como antídoto contra la soledad, esa verdad que tanto nos asusta. Las unió con un grado infinito de paciencia, con oficio y con eso que para él sigue siendo una de las máximas irrenunciables en su trabajo: «Como decía un colega mío, el secreto de los fotógrafos para conseguir lo que quieren debe ser siempre saber sonreír al cliente».
Fuente ;El pais
Su web ;Uwe Ommer