Harry Callahan y la Fotografía Crítica
A más de ciento cincuenta años de su invención, la fotografía ha creado y plagiado géneros. Retrato, naturaleza muerta paisaje, reportaje, serialismo, duopresentaciones, el cine, el vídeo, ¿la televisión? Se ha fotografiado con y sin ganas, cansado y despierto, sentado y de pie, por dinero o por ocio, por amor y por odio. Las historias del medio suelen hablar de movimientos y de autores. Y parece que se colocan a un lado a los estadounidenses -son americanos, claro, pero también lo son argentinos, bolivianos o brasileños- y al otro lado se sitúa el resto. O tuvieron más dinero, mejores instituciones, mejor ojo o suerte, lo que sea, pero parece una división ya establecida. Como en todas partes, los hubo más acertados y menos acertados: la estética y el esteticismo son la primera plaga de este arte y un mal extendido por todos los continentes.
Detesto la estética per se porque me parece deudora de una postura escapista. Puestos a repasar imágenes, a leer fotos, pocas veces nos paramos a hacer una lectura crítica de lo que está impreso: sigue dándonos miedo ponernos en contra de algo que consiguió sobrevivir al editor y a la imprenta. Sin embargo, hay que armarse de valor, ver, comparar, mirar a nuestro alrededor y decir, por ejemplo, que ha marcado en exceso un estilo, el francés Cartier-Bresson, que Ortiz -Echagüe era un producto típico del franquismo, que a Bernard Plossu le sobra el cincuenta por ciento de su obra -sólo con la mitad sería un genio, con toda levanta dudas-, que Man Ray tiene fotos muy ñoñas recubiertas de una bella pátina artística. Muy pocos fotógrafos conjuntaron una obra crítica. El medio es poderoso, hipnotizador, deslumbrante, propenso a la repetición y al halago. Grandes fotógrafos se le caen a uno de las manos cuando les pide cercanía, sinceridad, algo que rebase las verdades fotográficas. ¿Cuántas fotos, amable lector, viven en tu memoria y te acompañan en tu cotidiana vida? ¿Cuántas te han hecho cambiar de opinión sobre un tema, una manera de ser o comportarse; cuántas te han ayudado a ponerte delante de ti mismo, de tus íntimas mentiras, tus miedos y tus fobias?
¿Cuántas son tan memorables como para que hables de ellas con tu vecino, el portero de tu edificio o con tu madre? No soy un ingenuo: muchos recordaréis ahora las fotos de salgado, las de Hine o Eugene Smith, las de alguna guerra o un atentado, las de algún famoso o las de presentación de una película hollywodiense. Algunos ejemplos valen, pero qué pocos. Que pena. ¿no somos críticos o no nos dejan serlo? Hablemos de Harry Callahan . Fotógrafo inconformista, inquieto, humilde y crítico. Dueño de un estilo propio, a base de probar y equivocarse, no bajando nunca los brazos, la ilusión ni la ambición es uno de los grandes de este siglo. Me interesa mucho cualquiera de sus modalidades creativas, pero hay una que siempre me paraliza: el retrato y el paisaje unificados en su esposa, su hija y los lugares que visitaban los tres durante su vida cotidiana. Todos hacemos posar alguna vez a nuestra esposa delante de un edificio o una puesta de sol para añadirle dimensión humana a lo que recogerá nuestra cámara. Sin embargo, Callahan retrata a su mujer, un paisaje y los vuelve arquetipos.
Ella en un paisaje urbano, frío y nublado detrás. Ella con media sonrisa y detrás muchos árboles y una luz cegadora. Callahan lo hace todo uno: consigue así fotos maestras, creaciones para el museo y también para la memoria. Me interrogo: ¿por qué puso ahí a su mujer, por qué vestida de negro, por qué en un lugar tan desolador? La facultad principal de Callahan es lograr preguntas en el espectador, que así vive la foto, la hace suya, llevándole a la memoria pero también al pensamiento. Decía Cortázar, escritor argentino que sabía mucho de la vida y sus otros lados, que hay lectores macho y lectores-hembra, o sea, pasivos y activos (la polémica sobre macho y hembra que quedó zanjada al pedir perdón Cortázar por la categorización: quedémonos con el concepto). Me temo que la mayoría se vuelca en la pasividad. Pero la culpa no es sólo suya: dice mi amigo Juan Uceda que no se lee más por culpa de algunos escritores, y yo añado que no nos gusta más la fotografía por culpa de algunos fotógrafos. Callahan veía la ciudad, el paisaje críticamente; a su mujer, inserta en ellos, también la miraba críticamente desde el visor de su cámara. Qué valentía creativa, qué sinceridad.
Mira críticamente quien no se solaza en el dolor ajeno, quien no halaga al poder, quien arriesga, se compromete con la verdad, con lo real. Y sobre todo mira críticamente, fotografía críticamente quien “hace una foto para un lector, que, a su vez, tienen derecho a saber que un fotógrafo le está haciendo un guiño a favor de la alteridad, desde su ideología, sus objetivos, su mentalidad (Margarita Leo Andon: Documentalismo fotográfico) “. Quien no toma al espectador por idiota: algo muy común entre quienes se sienten artistas y tratan a su público como a bebés o a ignorantes. Las cartas sobre la mesa: esto es fotografía, señores, yo soy quien soy, ahí va lo mío. Callahan nunca obvió la inteligencia ni burló el desconocimiento del espectador. Creía en él, en el otro. En su serie de fotografías callejeras captó las expresiones aletargadas, ausente de los viandantes con la cámara a la altura de la cadera, magnificando a los sujetos aunque los fotografiaba absortos, poco favorecidos. Andando unos al lado de otros y sin verse, altivos para nadie, perdidos en pensamientos nada relacionados con el pavimento, los semáforos ni el trafico rodante, los anónimos paseantes de las fotos de Callahan están representando a nuestra sociedad, de nuevo son personas y a la vez arquetipos; vistos críticamente pero sin maltratarles, sin presentarlos junto a sus miserias o su vacuidad existencial.
Todos son importantes para Callahan, que se fija en ellos un poco antes de fotografiarlos y luego los observa en el papel para preguntarles mudamente, para preguntarse a sí mismo. Nunca los utilizó: los buscaba. En la serie de rostros callejeros, casi presentados como en las fotos de carnet, Callahan dejó el fondo y el entorno desenfocados porque quería que nos mirásemos en esas caras, que buscáramos rasgos, expresiones, pensamientos a flor de piel que nos identificaran o nos llevaran a meditar. No es algo que él hiciera por primera vez, pues también realizó una serie semejante, en el metro, Walker Evans. Críticos ambos, nos muestran a seres en su vida más normal, sin alterar su realidad, y despojan con su cámara la existencia de su primera capa, la más transparente y que podríamos llamar rutinaria, para llevarnos más adentro, donde el ser humano empieza a ser el mismo, con dudas llenas de fe y fe llena de dudas. Y acaso ésta es una función básica de la fotografía crítica: mostrar esa verdad humana que una sociedad consumista, engañada y en manos de poderes sólo a medias entrevistos nos está hurtando como el mago cuando hace brotar y desaparecer sucesivamente de sus dedos y la palma de sus manos esas monedas que nos deslumbran y nos convierten en espectadores todo ojos, olvidados de nosotros mismos y de nuestras más autenticas necesidades.
Fuente: Paco Ortiz